lunes, 7 de abril de 2008

Cáp. IV. CONOCIMIENTO. EL ARTE DE CONOCER


Al aprendizaje de los saberes de la vida, la Juana le agregaba métodos, didácticas y pedagogía para que sus hijos aprendieran el arte de leer y escribir el idioma, así como la profundización del conocimiento científico.

Las enseñanzas de la escuela eran reforzadas por la profesora Amandita Mendoza, amiga de la Juana y quien disponía de una serie de métodos y de instrumentos para que cualquiera en su sano juicio aprendiera a leer bien.

Como arrancada de un libro griego, la Amandita usaba todas las técnicas de la lectura: oral o en voz alta, silenciosa y de comprensión; de sílabas; con frases cortas, con frases largas, deletreado y con figuras. De igual manera se desvivía para que el contexto no fuera nunca olvidado.

Si ibas a estudiar una lectura escrita por un personaje escritor o dramaturgo, primero debías de conocer al auto, saber qué lo había inspirado para elaborar el texto, qué lectura había hecho, quiénes eran sus padres. Todos los pelos y señales del individuo en cuestión, hasta que lo convertías en tu amigo o amiga, personalizabas al escritor. A veces hasta le ponías sobrenombre o lo llamabas en diminutivo. De tal manera, que si era Gustavo Adolfo Bécquer, podrías llamarlo Gustavito o Becquerito, de esa forma tomabas contacto con él.

Una vez realizada esa fase, podías iniciar la lectura, ya fuera en voz alta o en silencio, o viceversa. Este era el segundo contacto.

Y el tercero, eran una sarta de preguntas que te hacía sobre el texto. Qué que decía el autor, el porqué, sus razones, su tristeza, su alegría, todas las emociones hasta llevarte a través de las preguntas a dar respuesta y luego como en una cuarta fase, te orientaba y te obligaba a escribir un resumen de lo leído.

Estas técnicas de lectura las usaba cuando ya habías aprendido a leer de corrido, pero cuando estabas empezando a leer, usaba una especie de naipes con letras del alfabeto. Así la “A” tenía su tarjeta u en ella había un abanico pintado con todos los colores habidos y por haber !Cómo se te iba a olvidar la A si por asociación te acordabas del bendito abanico! Y así eran las tarjetas como de un octavo en cartulina blanca con bordes en rojo, verde, azul y demás colores, bien echas y bien cortadas con amor y sabiduría. Era un naipe de letras que recorría todo el alfabeto. Para la “Ll” era “llama” con una llama peruana dibujada y para la “Ch” una chancleta que Amalia confundía con la Z y leía zapato y la Juana se ponía seria y la Amandita abogaba ante la dureza de su amiga para que no fuera a castigar a la niña.






Para afianzar la lectura silenciosa disponías de una buena enciclopedia, a la que luego, la Juana le agregó la Grolier y unos 10 ó 12 tomos del Tesoro de la Juventud.

Una manera de tener a sus hijos quietos y en aprendizaje constante, era la lectura, pero para ésta la Juana tenía sus normas, si no sabías el significado de una palabra o no recordabas cómo se escribía, para eso tenías el Diccionario Larousse, enorme, pero tenías que saber manejarlo y resolver el problema de léxico.

Para la concordancia, o relaciones entre sustantivos y adjetivos, buscabas la Gramática de GM: Bruño y si eras más grandecita, la de Andrés Bello, que era más compleja y con más información sobre historia de la lengua.

Con la finalidad de reforzar la cultura general- como la Juana llamaba a los conocimientos generales- tenías que recordar los cuadros pintados o las esculturas realizadas por los principales pintores y escultores a través de la Historia del Arte.

Cuando estabas de vacaciones- después de la hora de la siesta- como entre las 3 y las 4 de la tarde, la Juana tomaba cualquiera de los diez tomos de Historia del arte y tapaba con su mano derecha el pie de foto o la fuente y cada uno de sus hijos teníamos que dar los nombres de las pinturas o esculturas. Jugando de esa forma aprendías sobre Goya, Leonardo de Vinci, Caravaggio, Miguel Ángel, Botticelli, y los impresionistas franceses, sobre Degas, Monet, hasta llegar a Joan Miró y la época azul de Picaso. El juego o la forma lúdica del aprendizaje.


Con la poesía era otro trote. Para recordar y aprender tenías que declamar. Usar las manos, el tono de voz: agudos,graves; la mímica, y otras técnicas como arrodillarte, usar una silla para establecer la distancia y siempre estar consciente que estabas ante un público que dependiendo de tu actuación y modulación iba a aplaudirte o a evaluarte.


Si demostrabas alguna habilidad dramática ya sea que tomaras a pecho lo leído o que te posesionaras del personaje o interiorizaras al mismo, ahí ya quedabas seleccionada para declamar en la próxima velada popular, que se hacían para recolectar fondos para la iglesia. Eso lo viví en carne propia, cuando me hizo aprender “La loca del Bequeló” y declamarla con más temor que otra cosa ante un teatro atestado de gente. De más está decir que también te orientaba los trucos para el dominio del público. Si te olvida el poema-debes hacer una pausa grande-para crear expectación y luego continuar con lo que te acordás. Toda una directora de arte dramático. Era una Socorrito Bonilla en todo su esplendor.


En cuanto a la enseñanza de las Matemáticas ése era otro asunto. Tenías que aprenderte a Baldor. Primero, que era árabe; segundo, que cada problema tenías que resolverlo para ir comparando las respuestas de tus deducciones con el texto y si aquello no te resultaba tenías que volver a intentarlo hasta dar con la respuesta correcta. Buscar cuál era el factor que no habías tomado en cuenta y luego, apoyarte en las más grandes para dar con la bendita solución. Todo un ejercicio en equipo. Contabas con los textos de Trigonometría y con la Trigonometría plana y del espacio de Baldor.

La Historia Patria la aprendías como relatos, como cuentos y si en algún momento dudabas ahí estaba Papa Roberto y los tíos para aclararte las dudas.

Los libros de Medicina estaban en la Biblioteca pero para usarlos tenías que solicitar permiso porque esos eran de mi papa. Cuando al fin conseguías el permiso, el que era otorgado por buen comportamiento o por el cumplimiento de pequeñas tareas, mirabas las fotos a colores de verrugas, granos, elefantiasis, pruritos y otras enfermedades terribles como varicela, sarampión, y cáncer. Después de haber mirado esos libros te prometías en lo más recóndito de tu ser, cuidar tu salud por sobre todas las cosas.

Con la Química, había que tener cuidado. Como en la venta habías observado que el ácido muriático podía realizar pequeños agujeros en el zinc, tenías que ser cuidadoso con cualquier experimento que se te ocurriera realizar. Los mismos debías hacerlos fuera de la casa y tomando en cuenta las medidas respectivas.

También tenías que estudiar Historia Sagrada o Religión y para ello, leías en los pequeños misales o en catecismos. Para esto te ayudaba ir a la doctrina que en la Iglesia daban las personas piadosas. Las oraciones básicas-Padrenuestro, Ave María, jaculatorias y otras oraciones eran esenciales para desenvolverte en las diferentes actividades religiosas: misas dominicales, matrimonios y en casos de muerte, en los velorios y rezos.